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el deslumbramiento dura lo que el aliento de un ser imaginario

miércoles, 31 de enero de 2007

Cadenas y gatos ( gracias a LadyDark)

Que los gatos son los animales más horribles, leí en algún comentario perdido hace unos días. La suave réplica del autor del blog me dejó en la niebla. Era una de aquellas nieblas espesas que pareciera van a tragarla a una, con sus fauces de aire helado y su extraña lumbre. Fue una breve sensación. Un estrambótico momento.

Cuando leí
el post de LadyDark y su invitación a escribir un párrafo de la página 123 del libro que uno esté leyendo, la niebla había cedido y en su lugar había pura ironía. Es posible que el comentarista que se referió alevosamente a los gatos, haya sido un provocador. Sí, muy posible.
Me recosté en la cama y volé lejos.

La invitación de LadyDark me hizo pensar en las cadenas, en los surtidores, las rondas, los juegos de niños, el amor por las lecturas, el gusto por la textura de las hojas impresas, el dram dram musical habitando dentro de una novela, un cuento, unos poemas. Ah, y el azar, porque en la pagina 123 de "Las prosas apátridas" (aumentadas) de
Julio Ramón Ribeyro, la presencia del gato es sólida.

Sabes, Funámbula, querria ser gato por un tiempo. Un gato que corriera por los tejados y mostrara sus uñas en un giro de gracia animal. Esta confesión me hace pensar en alguien que escribia un post donde se criticaba a sí mismo, manifestando que lo que había hecho antes, era en función de un "lucimiento personal" y que al retomar su blog, era otra su tónica. Es una paráfrasis, Funámbula, y te da una idea de a dónde quiero llegar. Ah, sin rodeos, a través de esta cadena, por ejemplo, lo que percibo es que me encuentro molecularmente con otras almas, in situ, conexión que es como salto, el malabarismo por excelencia.

Así que las veleidades se desvanecen. Luego volverán, porque la levedad de los divertimentos tiene su propia acústica. Nada para desdeñar.

En la página 123 de Prosas apátridas aumentadas, Editorial Milla Batres, está la prosa 115:

"Mi gato negro y yo, en esta noche lluviosa de verano. La pieza silenciosa. Uno que otro carro se desliza por la calzada húmeda. El barrio duerme, pero mi gato y yo velamos, nos resistimos a dar por concluida la jornada, sin haber hecho nada, al menos yo, que la justifique, que la dote de significación y la diferencie de otras, igualmente parsimoniosas y vacías. Quizás por eso escribo páginas como ésta, para dejar señales, pequeñas trazas de días que no merecerían figurar en la memoria de nadie. En cada una de las letras que escribo está enhebrado el tiempo, mi tiempo, la trama de mi vida, que otros descifrarán como el dibujo en una alfombra".

Gatunos y equilibristas en cadenas/saltos. Un placer, por esta evocación implícita del gato en una meditación ribeyriana.

Al final del pasillo, después del balanceo en el trapecio, la música. Luego el encuentro con el escritor. Gracias Funámbula, por la comunión en el cyberespacio. Por mi parte, espero que el que desee, siga esta cadena. No sé a quiénes ofrecersela y pensé en Beauséant, el artista del alambre para que como dices, escriba en su cuaderno(el sonido de la palabra cuaderno, trae la sensación de textura, con tapa y hojas por escribir) un apunte, una mirada, una voz.

Eléctrica alegría. Chao.



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Entrevista a Julio Ramón Ribeyro.
En la foto, JRR, el escritor.

lunes, 29 de enero de 2007

Sonidos de ciudades

Cuando me saco los audífonos, caminando por las calles de Lima, me encuentro con su voz. Hay una voz que se siente más fuerte y las otras subyacen, luego rotan, se alternan, mas siempre hay una voz fundamental. Podría decir que es esencial, mas no, es solamente la principal, porque no hay esencia, hay fragmentación en la ciudad rota, recompuesta, extraña, familiar y llena de resonancias.
Sería hermoso si aquella idea expresada en uno de los cortos de "Café y cigarrillos" de Jarmusch se hiciera realidad: el planeta como conductor de resonancias acústicas.

John Cage, sabía de qué se trataba eso. Y cómo no, Julio Cortázar, al escribir sobre la máquina célibe en "La vuelta al día en ochenta mundos", también lo sabía o lo intuía. Estoy confiando en las percepciones por lecturas relacionadas, tiempos paralelos, fotomontajes mentales.

En ese corto de "Café y cigarrillos", como es usual, está esa sensación de dispersión en una especie de la nada. No agobia, se introduce por los ojos, pasa por la garganta, llega al estómago, pulsa el clítoris en una infraleve ternura.
Por eso quizás me gusta mucho ese corto y el titulado "Champagne" que aborda la conversación de dos ancianos. Ah, hace tiempo que escribí sobre aquel corto.

Los sonidos de la ciudad a veces son horribles. Un bocinazo corta algún pensamiento, inflinge una violencia a lo que uno hace. Otros sonidos, como el que produce la caída del agua en una fuente, son relajantes a menos que se asocien con un recuerdo terrorífico, un atonal extrañamiento. En momentos como ese, querría tener facultades científicas, ver fórmulas, saltar encima de las obligaciones y resolver complejísimas ecuaciones, en la subjetividad más disparatada.

Ah, ¿qué ciudad del futuro amaría yo si fuera una cyborg ? El no futuro colado por las alcantarillas de la memoria cansada.

Hipótesis irresueltas. Ovárica la forma del poema extraviado cuando cruzaba la avenida roja para llegar a una de mis librerías favoritas. Agua fresca en vasos de color turquesa para tomar mientras se lee un rato. Si no me puedo llevar a casa, lo que quiero, estar sentada con la frialdad de los acondicionadores, es un paupérrimo consuelo.



*

Si los sonidos de la ciudad se convirtieran en vías moleculares, negras negras como el deseo que se asienta en el cuerpo cuando el impulso es musical, ¿qué sucedería?.

*

Cuando escuché por primera vez esta canción, al soñar vi al mar como si fuera el lugar donde nací.



Imagen tomada de Google.

sábado, 6 de enero de 2007

Elevación en el autobús II

Dos regalos: una libreta anillada para notas, con pasta de fondo azul, hojas verdes. bosque azul. Un tablero de ajedrez, con piezas talladas. Cajas dentro del tablero, para guardarlas.
Con esos tesoros, y la música pasando por los audífonos, de pronto ya no estaba apretada sino sentada, al lado de la ventana en un asiento unipersonal.

Subió una pareja de enamorados. Una pareja que llevaba en la piel, los poros abiertos, un leve rosado en sus mejillas. Él vestía más informalmente que ella, que usaba unos pantalones de gabardina marrón. Me dije que venían de unir sus cuerpos, se olía algo en el ambiente que no era el perfume químico fino, ni el aroma de las cremas humectantes.

Estaban tan felices concentrados en sí mismos que me dio una de esas alegrías secretas, que nos ponen exultantes sin que lo expresemos en el mismo instante. Hubiera querido componer una canción, saber cómo se hace una canción, un homenaje, una sublime demostración de gratitud.
No sé si me comprendes, o si debieras comprenderme, tú que escribes sobre viajes en trenes desolados. Al leer estas líneas, me condenarías. Siempre me condenas, No te gusto, crees que valgo lo que vale una muchacha ilusionada por la aparición de una salamandra en la sala de libros, una intrusa que habla sobre construcciones imaginarias, peces muertos, niños autistas, mujeres díscolas, talibanes heridos, cyborgs melancólicos. No te gusto. Y ya no me importa. Algo de eso supe esa noche en el autobús mientras veía a ese par, oliendo a sutil erótika.
Me reí de mis exabruptos al pie de las rosas florecidas en el pasillo de la casa. Lo que planté cuando sonaban los ruidos de la madrugada del Año nuevo.

En la mañana, he visto a los vagabundos llorando por un pedazo de carne. Todo pasó, aparentemente. Probablemente no vuelva a ver a los enamorados del autobús. A ti, no te veré más, lo sé. Tan sólo quedan en el aire lo que dices, como restos de comida malograda, mientras atravieso la ciudad de subterráneo a subterráneo.


Xs extrañezas

  • las elevaciones en el autobús son una serie de posts sobre momentos, miradas, ideas tomadas al vuelo mientras los ruidos urbanos se entrecruzan en un bus a cualquier hora del día. Se pueden ubicar en las etiquetas. Incluso la espuma que se ve tras la ventana en un día de verano, es motivo para alucinar algo: la espuma que unos niños, forman, jugando en las veredas de sus casas, o una pequeña luz artificial que ilumina una calle oscura mientras suena un violín. Los he visto.

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cascada en el trapecio: el tema del film "la vida soñada de los ángeles".

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